COLUMNASMunicipios

ARTÍCULO DE ABEL SANTIAGO. De buzón a buzón 354

JUÁREZ, FIRMEZA ANTE LA ADVERSIDAD

Nuestra nacionalidad, surgida de la guerra de Independencia, abolió la esclavitud, la desigualdad de clases, los privilegios y discriminaciones, y creó las bases para la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. Entre sus grandes caudillos, primeros patriotas y venerados patricios, destacaron don Miguel Hidalgo y Costilla y don José María Morelos y Pavón, mártires que ofrendaron su vida para lograr una patria independiente y una mexicanidad fraternal, sin distingos de ninguna naturaleza, que en pocos años la traición y voracidad trataron de destruir pretendiendo volvernos al pasado ignominioso.

   La restauración de la República, triunfo de las luchas contra antinacionales y extranjeros traidores, de liberales contra conservadores, de brillantes reformistas contra bandos imperialistas, fue obra de la más valiosa generación del  siglo XIX, que libró con una misma entrega y fervor nacional la batalla de la nueva y definitiva independencia de México. En esta guerra de reforma y consolidación republicana, don Benito Juárez estuvo siempre a la cabeza de ilustres patriotas, de valientes militares y del pueblo mismo.

   Durante la Guerra de Tres Años, Juárez, tenaz y férreamente, venció los obstáculos infranqueables de la cadena de odios que desintegraban nuestra incipiente organización política; durante la invasión extranjera, Juárez tuvo la inmensa satisfacción de llevar las armas republicanas al triunfo. Al morir, después de grandes sacrificios, privaciones, persecuciones y destierros, llevando siempre en alto la bandera de México, dejó una patria, como dice un verso del poeta López Velarde, “impecable y  diamantina”.

   Un lapso similar al que medió entre la consumación de la Independencia y la aparición de los grupos más reaccionarios y entreguistas, se dio entre la patria restaurada que dejó el Benemérito de la Américas y la llegada de las nuevas aves de rapiña, que en complicidad con la nueva dictadura iniciaron el derrumbe de la obra portentosa y los ideales más puros del reformador, su energía indomable, su carácter indómito, sus sentimientos desbordados y su actitud ante los más grandes problemas, todo por conservar sus sueños y hacerlos realidad con un México libre y soberano. Esto puede resumirse en su lucha permanente por el imperio de la justicia, de la ley, la democracia, la igualdad, la efectiva división de poderes, la abolición de fueros y privilegios, la instrucción pública en todos sus niveles, la soberanía nacional, la paz y el respeto entre las naciones, pero sobre todo por la redención de las masas oprimidas y la desaparición de todo tipo de discriminaciones.

   En una ocasión, tal vez refiriéndose a sí mismo  por el calificativo que nunca pudo apartar de él, dijo que llegaría el día en que se desterraría para siempre la insultante palabra raza, y es la que más se emplea para resaltar sus virtudes. La discriminación fue lo primero que sufrió de niño al llegar a inscribirse en el Colegio Real de Oaxaca. Como en otros lugares, se humillaba a los pobres, a los huérfanos y a los indios, y él era las tres cosas a la vez. La austeridad y disciplina en el Seminario Pontificio de la Santa Cruz hicieron más tolerables los señalamientos a su condición, y más aún en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado, donde se impuso su talento y aplicación a los pequeños grupos de catrines que sólo para probar suerte se habían inscrito en aquel glorioso plantel, que en todo momento hacían mofa de su origen y humildad. Esto, es de suponerse, provenían de aquellas familias que llamaban al nuevo centro de enseñanza “casa de prostitución, de herejes y libertinos”. En esos inicios superó hasta a los más estudiosos y mejor preparados para la defensa de la patria. Fue así como el primer título que expidió el Instituto en 1834, correspondió al joven Juárez.

   Reconocido ya como miembro destacado del Partido Liberal, el licenciado Benito Juárez fue nombrado, a los pocos días de su recepción profesional, magistrado de la Corte de Justicia del Estado, pero unas semanas después la reacción logra la caída de la administración de don Valentín Gómez Farías, y como consecuencia la de Oaxaca, con lo que tiene que enfrentarse a una adversidad mayor, que sí era de tomarse en consideración, al ser confinado a la ciudad de Tehuacán. Ese atropello no hace mella en la fortaleza y convicciones del gran jurista. Tampoco la prisión que sufre en el pueblo de Loxicha, del distrito de Miahuatlán, ese mismo año, cuando en el ejercicio de su profesión defiende a los vecinos de ese pueblo explotados por el cura del lugar. El tribunal eclesiástico o provisorio le responde con la cárcel. Los abusos, lejos de amedrentarlo, templan su carácter y lo preparan para las grandes batallas republicanas.

   Las adversidades más crueles que enfrenta y vence fueron las persecuciones a su querida y abnegada esposa doña Margarita Maza, y a toda su familia, sobre todo en su peregrinar por la República y en el destierro, donde no podía auxiliarla. En Nueva Orleans se une con otros esclarecidos liberales, pero vive en la miseria más espantosa, al grado que para poder subsistir trabaja como  torcedor de hojas de tabaco en una fábrica de puros. Entre los trabajadores negros, era molestado considerándosele inferior a ellos. Fue cuando, entre otras cosas, se le decía: “indio que fuma puro, ladrón seguro”. El brillante y honrado defensor de la justicia y el derecho parecía no inmutarse.

   En los momentos terribles en que estaba a punto de ser asesinado o de morir por enfermedad, hambre o adversas condiciones de vida, igualmente su rostro mostraba el rictus de la impasibilidad. No es que no sintiera, que no sufriera, que no se angustiara por dejar a su familia en el abandono y la amenaza de muerte, sino que estaba consciente del peligro y de que su sacrificio serviría a la causa que defendía.

abelsantiago30336@yahoo.com.mx

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *