Con singular alegría
Con los pulgares para arriba, así entró al Salón del Congreso Enrique, nuestro nuevo Presidente. Contento, impecable, con una corbata gris-plata y traje negro, con una camisa blanca, con mancuernillas de oro, así entró Enrique. Y allá arriba, en medio de todos los amigos y enemigos, le esperaban la esperanza y la perspectiva de un nuevo México.
Ese que necesitamos todos. Y así empezó otra nueva historia de vida.
Ese Enrique que alguna vez fue mi vecino de enfrente. En el venturoso pueblo mágico de Metepec. El muchacho que pasaba frente a mi casa, paseando con la carriolita de su segundo hijo, y se preocupaba de que el chiquito tuviera tapado el lagrimal. Ese muchacho que se casó con una niña guerita, y bonita, llena de brillo y alegría, con la que creó a sus tres hijos...