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LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN EN CARTAGENA    

LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN EN CARTAGENA    

Por: William Hundelshauseen Carretero

Colaborador

La corrupción en Cartagena ha llegado al punto que a un Europeo, Canadiense o Norteamericano le costaría trabajo creer que todo sea cierto. ¡Es que Macondo sí existe, se llama Cartagena, con la certeza que aquí la realidad supera a la ficción y no es para menos y para nadie es un secreto que los procesos que ha destapada recientemente la Fiscalía con pruebas testimoniales, escritas, y 400 horas de grabaciones de los que hacían y como se repartían la burocracia del Distrito, el señor Alcalde, su primo J.J., la Contralora y el Concejal Useche, lo deja a uno atónito creyendo que está en otra dimensión o galaxia ya que los encartados amplia y contundentemente cuestionados, legalmente se declaren inocentes aunque el delito si existió pero quedara oculto en una inexpugnable y protectora coraza frente a la cual poco puede hacer la ciudadanía.

En COLOMBIA, en los últimos años, numerosos sucesos han puesto de manifiesto que el fenómeno de la corrupción en la gobernabilidad del Estado, no es algo coyuntural, sino estructural, que prolifera peligrosamente en las instituciones públicas. Esta práctica no se limita solo a la clase política sino a la sociedad, combatirla es obligación de todos y ayuda a fortalecer instituciones

La situación de la corrupción en Colombia es crítica porque implica a todas las ramas del poder público, a nivel nacional, departamental y municipal, los casos  sobresalen respecto a los otros países, por la vinculación de organizaciones y dineros ilegales, así como por los altos índices de impunidad y sigue siendo generadora de ausencia de credibilidad de la ciudadanía en sus gobernantes y en su gestión administrativa. Los casos denominados: EL GUAVIO,  $ 15.000 millones; FONCOLPUERTOS, $ 2,5 billones;  DIRECCIÓN NACIONAL DE ESTUPEFACIENTES (DNE), $ 30.000 millones;  INTERBOLSA,  $ 300.000 millones; AGRO INGRESO SEGURO, $12.700 millones; REFICAR, $1,5 billones; CARRUSEL DE LA CONTRATACIÓN EN BOGOTÁ,  $ 2,2 billones; SALUDCOOP; $ 1,4 billones; FIDUPETROL, $ 500 millones; ODEBRECHT, $ 11,5 millones de dólares y ahora la cadena de irregularidades en la forma como se manejaba la administración de la alcaldía de Cartagena cuyas apreciaciones en dinero no se ha determinado hasta que no concluya el proceso, etc., que recorren la geografía nacional, han revelado que muchas Corporaciones Públicas han estado sometidas al poder económico y se han convertido así, crecientemente, en verdaderas plataformas de negocios varios, y de tráfico de influencias; hasta el punto de que hoy se corre el riesgo, cierto, de que intereses de grupos de presión económicos cambien el sentido del sacrosanto concepto del interés general, para inhabilitarlo.

En una sociedad abierta y democrática como la colombiana, todos, en mayor o menor medida, somos responsables de la ola de corrupción que nos devasta. Los políticos que la practican, promoviéndola o aceptándola; los sobornadores, son causantes y se hacen las víctimas; los partidos políticos, carentes a estas alturas de autoridad moral para combatirla; el estamento judicial (magistrados, jueces y fiscales), que en muchas ocasiones no ha dado la talla y son presas fáciles de soborno; las instituciones encargadas del control y fiscalización de la actividad administrativa, negligentes casi siempre en su tarea, porque se compra la institucionalidad para ponerla al servicio del gobernante de turno, como está ocurriendo en Cartagena con la Contraloría; los medios de comunicación, silenciando o minimizando, a veces, el fenómeno corrupto; la intelectualidad, poco comprometida en su erradicación; la ciudadanía en general, tolerante en exceso con el político corrupto, quizás porque aún no es consciente de que la corrupción la paga de su bolsillo. Pero, por encima de todos ellos, a mi modo de ver, la causa primera de todos los males en el sector público Cartagenero es la falta de ética de muchos de nuestros gobernantes, llegados a la política no por vocación ni espíritu de servicio, ni siquiera por ideología (qué vetustos suenan ya estos conceptos), sino por propio interés. En términos generales, ética es el sentido, la intuición o la conciencia de lo que está bien y lo que no, de lo que se ha de hacer y de lo que debe evitarse y las causas que propician esta perversión son múltiples. Por eso, LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN EN CARTAGENA      

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