ColombiaCOLUMNASMunicipios

EN UN ESPÍRITU CORROMPIDO NO CABE EL HONOR   

EN UN ESPÍRITU CORROMPIDO NO CABE EL HONOR   

Por: William Hundelshauseen Carretero

Presidente Nacional APIC

No deja de asombrarme lo que está ocurriendo en el palacio de la aduana con los destapes de la forma como se repartieron la administración entre los concejales que se beneficiaron de puestos en las diferentes secretarías y despachos de la Alcaldía como el Dadis, el Datt, Planeación Distrital, así como la propia Contraloría, valiéndose del presupuesto de esas entidades para compartir cargos y prebendas burocráticas, bajo el manejo de J.J y avalado por el alcalde Manolo y  por mucho que traten de manifestar sus protagonistas que son inocente, no deja de ser inmoral y falta de escrúpulo lo que se le hizo a la confianza de un pueblo que creyó en Manolo por ser de Blas de Lezo, cuya corrupción ha destruido la eficiencia del Distrito, gastando sus recursos y debilitando las acciones de esta mala administración, que está amenazando la salud pública, haciendo una distorsión absurda en la distribución de ingresos, enriqueciendo a los que apoyaron esta fatídica alcaldía  y empobreciendo a los pobres y con ello el incremento de la inseguridad porque el incentivo de la corrupción está en contra al desarrollo de la sociedad; creando la insidiosa idea que es más fácil hacerse rico trabajando para el estado que creando un negocio privado productivo. Esta idea milita en contra de la creación de nuevos empleos. La mitad de las posiciones administrativas de cierto rango son ocupadas por personas nombradas por jefes políticos para pagar favores y hagan el mandado, no por burócratas profesionales; incurriendo costos políticos serios: la inmoralidad, cinismo, inestabilidad institucional, siendo el problema más serio para Cartagena la falta de legitimidad teniendo su raíz en la putrefacción generalizada y es ilusorio pensar que está en nuestras manos en el próximo proceso electoral cambiar y resolver esta situación si llevamos a los cuerpos colegiados a verdaderos voceros de la comunidad con vocación de mártires y con estructura MORAL.

En este momento nos podemos cuestionar como ciudadanos: ¿Cómo podemos confrontar un problema de tal magnitud? El primer paso requiere la voluntad política para poner fin a esta plaga o en un mínimo reducirlo a proporciones manejables, porque lo que está ocurriendo ojala permita concluir sin ninguna duda que efectivamente la podredumbre en Cartagena ha traído como consecuencia incuestionable, la baja credibilidad de los ciudadanos hacia sus dirigentes debido al mal manejo que le dan a sus actuaciones, lo cual repercute en la ineficiencia e ineficacia del Distrito en el uso de sus recursos, cuando las obras públicas no se completan o se hacen con calidad inferior; o se ordena traslado de fondos de una dependencia a otra, para robárselo como resultado de la corrupción en los contratos.

El cohecho o soborno, es la práctica de corrupción más generalizada y extendida, y que sale a relucir al extremo en las grabaciones que mostro la Fiscal de la cual fue creando una especie de subcultura que originó un lenguaje especial con las expresiones como “mordida”, “serrucho” y otras que en lugar de causar rechazo o indignación, arrancaron sonrisas o miradas de aceptación, complacencia o, lo que es peor, indiferencia.

La corrupción es un mal que nos tiene fregados a todos, por culpa de la gente deshonesta es que el país no puede salir adelante; todo el mundo piensa en el tumbe, en la plata que me voy a ganar por hacer este favorcito, etc. Opino que para acabarla hay que empezar en la familia, el problema se inicia desde la infancia, hay que cambiar el sistema educativo, acostumbrar al niño a ser honesto, a jugarle limpio a la gente, en fin, hay que enseñarlo a no ser corrupto… Aunque deberíamos en estos momentos tener una facultad de  “Corruptología: estúdiela y hágase rico”, Colombia debería crear esa facultad para otorgar el título de “CORRUPTO PROFESIONAL”. Todo ello ha permitido que la corrupción disponga de su propio lenguaje, y sus propios mecanismos de defensa, reclutamiento, reparto y operación, hasta el punto de conseguir que se inviertan los valores sobre los cuales se supone que debería funcionar el sistema. Así, los funcionarios más corruptos se convierten en el modelo, en el deber ser, mientras los honestos son marginados y silenciados. Por eso: En un espíritu corrompido no cabe el honor.

Deja un comentario