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           EL FOLCLOR NACIONAL EN LA LITERATURA MEXICANA

            Artículo de Abel Santiago.

   En la historia de la literatura mexicana, las obras que más se citan, casi en su totalidad, contienen rasgos de nuestro folclor nacional, porque los escritores han figurado como testigos de su tiempo, y su vida y obra han ido vinculadas. En algunas novelas, principalmente, domina el ambiente sobre el análisis y el enigma. La literatura reconstruye el carácter de un pueblo, refleja fielmente la realidad, aunque no sea ese su propósito

   Una obra de creación, se ha dicho, es un documento de su época, un testimonio histórico. Toda obra de arte tiene como elemento primario una realidad vivida. De la circunstancia se llega al fondo, a la esencia, a lo que tiene un valor documental cierto, indestructible. Se apoya en lo objetivo, a veces en lo pintoresco, sin afectar su calidad y su vigor. Por eso la literatura ha sido más abundante en los periodos de crisis, después de grandes movimientos sociales, de transformaciones que engendran acontecimientos variados. El hombre, en especial el creador, siempre ha buscado conocer su medio antes de conocerse a sí mismo; ha buscado conocer hasta los acontecimientos más insignificantes.

   El folclor, como parte de la realidad, sigue firme dentro de esas circunstancias, de esos movimientos y transformaciones. De alguno, o varios de sus aspectos, escritores e investigadores han publicado antologías referentes a una ciudad, a una región, a un conglomerado social, a una época, o a una serie de sucesos reiterados que aparecen como leyendas, mitos y costumbres.

   La palabra folklore fue empleada por primera vez en 1846 por el arqueólogo William J. Thomas, para titular el estudio de las tradiciones, leyendas y supersticiones populares, según el diccionario. Por eso la define como conjunto de tradiciones, creencias, costumbres, fiestas, etcétera, populares. El vocablo es inglés, compuesto de folk, gente, pueblo, y lore, erudición. El estudio de estas materias aspira a ciencia, y tiene por objeto acopiar e investigar los conocimientos del pueblo en las diversas ramas de la ciencia, de la literatura, de los usos y costumbres, ritos y creencias, espectáculos y fiestas, juegos y técnicas, locuciones, etcétera, de las clases populares de un país. Agrega la definición que la antropología social suele emplear, en vez de folklore, el vocablo creado por el estadounidense W. G. Sumner en 1906, Folkways, de significación más estricta.

   Al decir que casi toda la literatura mexicana contiene descripciones y referencias folclóricas, nos referimos a esos usos y costumbres, creencias y leyendas, conjunto de tradiciones populares desde la época prehispánica hasta nuestros días.

   En un estudio sobre la literatura mexicana, Rubén Salazar Mallén afirma que ésta se inició con la guerra de Independencia, puesto que México antes no existía, que se trataba de una colonia o de la Nueva España. A partir de entonces clasifica a la poesía en clásica y romántica, o sentimental e imaginativa. Dice que esta fue influenciada por el medio, la ubicación geográfica y el culto del yo, para reafirmar la personalidad. Que refleja con fidelidad el carácter genuino del mexicano, el modo de ser de los mexicanos. Aunque en menor número, los clásicos también imprimieron a su obra un acento especial nacionalista.

   Considerar que la literatura mexicana se inicia con la guerra de Independencia es negar nuestras raíces, nuestro pasado, el verdadero origen de nuestra cultura y nacionalidad. Los propios conquistadores dejaron testimonios de una literatura abundante en el mundo prehispánico, destruida en su mayor parte porque se trataba de códices o libros pintados, en los que los cristianos vieron idolatrías, cosas que el diablo dictaba a los indios.

   Los antiguos mexicanos creaban un mito para cada noción del mundo real o imaginativo, lo personificaban de manera fantástica a través del arte. Rubén M. Campos dice que la fecunda imaginación de los aztecas creó seres invisibles pero palpables al entendimiento y albedrío. A veces humanizaban sus mitos y los hacían vivir, compartir la vida en común. Les atribuían un origen divino en la teogonía vernácula, o misterioso y real.

   Fray Bernardino de Sahagún recogió muchos de esos mitos, como lo hicieron otros evangelizadores. Aprendió el náhuatl y enseñó el español para recoger las costumbres, la historia, la leyenda, de labios de los ancianos.

   Mucho quedó en la historia oral, y fue hasta los años 20 del siglo pasado cuando se publicaron tres libros que recogen esas vivencias de la antigüedad mexicana. De los jeroglíficos estampados en las piedras de las ciudades antiguas, dejaron testimonio los conquistadores, entre otros el soldado cronista Bernal Díaz del Castillo y el propio Hernán Cortés con sus Cartas de Relación, la primera escrita en Veracruz en 1519, que se perdió, y de la segunda a la quinta que se conservan, comprenden hasta 1526. Son relaciones o relatos de todos los pormenores que vio, los mercados, las costumbres y tradiciones.

   En la Historia general de las cosas de la Nueva España, de 1532, Sahagún consigna el ambiente en que participó, y refiere que los indígenas sabían e investigaban, se preguntaban los grandes enigmas que se preguntan todos los pueblos: el misterio de la vida. Tan abundante llegó a ser la creación de los indígenas, que la máxima autoridad en estos estudios, el padre Ángel María Garibay K. llegó a decir que si lo escrito a partir der la Primera carta de relación cupiera en diez libros de buen tamaño, lo inventado por los indios, que no fue recogido, no cabría en 100 libros.

   El padre Francisco Javier Clavijero (Veracruz 1731-1787), que conoció el griego, el latín, el alemán, el italiano, el francés y otros idiomas, los comparó con la lengua náhuatl, y concluyó que tenían la misma capacidad para la expresión del pensamiento y de los sentimientos, hasta en los matices más delicados. En su Historia antigua de México describe las costumbres más arraigadas de los antiguos mexicanos.

 

 

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