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Con singular alegría

Con los pulgares para arriba, así entró al Salón del Congreso Enrique, nuestro nuevo Presidente. Contento, impecable, con una corbata gris-plata y traje negro, con una camisa blanca, con mancuernillas de oro, así entró Enrique. Y allá arriba, en medio de todos los amigos y enemigos, le esperaban la esperanza y la perspectiva de un nuevo México.

Ese que necesitamos todos. Y así empezó otra nueva historia de vida.

Ese Enrique que alguna vez fue mi vecino de enfrente. En el venturoso pueblo mágico de Metepec. El muchacho que pasaba frente a mi casa, paseando con la carriolita de su segundo hijo, y se preocupaba de que el chiquito tuviera tapado el lagrimal. Ese muchacho que se casó con una niña guerita, y bonita, llena de brillo y alegría, con la que creó a sus tres hijos...

Con los pulgares para arriba, así entró al Salón del Congreso Enrique, nuestro nuevo Presidente. Contento, impecable, con una corbata gris-plata y traje negro, con una camisa blanca, con mancuernillas de oro, así entró Enrique. Y allá arriba, en medio de todos los amigos y enemigos, le esperaban la esperanza y la perspectiva de un nuevo México.

Ese que necesitamos todos. Y así empezó otra nueva historia de vida.

Ese Enrique que alguna vez fue mi vecino de enfrente. En el venturoso pueblo mágico de Metepec. El muchacho que pasaba frente a mi casa, paseando con la carriolita de su segundo hijo, y se preocupaba de que el chiquito tuviera tapado el lagrimal. Ese muchacho que se casó con una niña guerita, y bonita, llena de brillo y alegría, con la que creó a sus tres hijos.

Y allí estaba el vecino al que jamás fui a molestar, ni por casualidad. Sólo cuando le llevé, hace muchos, pero muchos años ya, –antes de que fuera candidato a gobernador por mi Estado—un díptico que decía: “Pide y se te concederá, medida grande, rebosada…” y así le sucedió. De ese hecho, se desprenderían muchos más, de los que le daría a mi vecino, únicamente bendiciones.

Ayer, como consecuencia de una gran lealtad a muchos hombres que han sido inteligentes, exitosos, sabios, y que aman entrañablemente a México, Enrique asumió la más alta investidura que mexicano alguno desearía poseer: es el nuevo Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Fiesta para Alfredo del Mazo, para Arturo Montiel, pero también para los ex gobernadores con los que trabajó. Claro que Emilio estará en el lugar que le corresponde. Y César, en un lugar honrosísimo: comandará a todos los priístas de la nación. ¿Poco?

Todos ellos han ocupado un lugar preponderante, dentro de la política de este país. Todos han sido – de los cuatro, tres—candidatos a Presidentes de la República de la nación más importante de habla hispana, del Continente Americano. Porque todos-todos le ayudaron. Porque todos-todos iban a con él, a ganar-ganar. Porque esta es su casa, y aquí se formó bajo sus consejos y consignas. Y con todos tuvo el tiempo necesario para aprenderles.

Juan José Guerra Abud, su ex jefe, está también en el gabinete. Y quien fue alguna vez su contrincante para la gubernatura, Navarrete Prida, también lo acompaña. El ex líder del partido que le llevó a ganar, también fue considerado. Francisco Rojas, ex secretario de la contraloría… y así cada uno. Un experimentado gabinete, que cuenta con el hilado fino e inteligente de Osorio y Videgaray. ¿Salinistas? ¿Zedillistas? No! Ahora todos son Peñitas.

En un acto como sólo los dueños del Estado de México, o sea con fondo y forma; con sobriedad y discreción; con cuidado extremo y total moderación, el ahora hijo predilecto, toma las riendas de este país tan crítico, tan disuelto, tan en agonía y poca estabilidad social. Más no económica.

Ayer no fue un triunfo sólo de él, que con su ojos inquisitivos y con sendas ojeras se la jugó con rabia, con coraje y valor, sorteando una y mil dificultades para llegar. No. Ayer fue un triunfo para un grupo enorme de hombres: primero mexiquenses, luego de un partido político… que fueron adiestrando a quien se dejó y les respetó.

Ellos que con gran cuidado fueron desmenuzando, disgregando, desintegrando, desbaratando, deshaciendo cada una de las dificultades, conflictos, problemas y peligros por los que pasó un sistema que operó durante 70 años… para después volver a unirlo, amalgamarlo, construirlo, soldarlo y empalmarlo, y lograr lo que vimos ayer: el lanzamiento de un nuevo México, con la posibilidad de un orden social, político y económico… que hará que otra vez sea el país líder de nuestra América Latina. Con el alumno distinguido al frente.

Ayer mi vecino de enfrente, con su voz fuerte y cuidada, declaró que servirá a México con 13 nuevos compromisos y dos retos: la reforma hacendaria y la educativa. Ayer, a quien conocí hace 24 años, siendo apenas un joven educado, respetuoso y cuidadoso de las formas y los fondos, tomó cargo como el Presidente de mi nación. Y yo les aseguro que este país saldrá adelante. Tiene a los hombres más experimentados como sus operadores políticos. De todos modos, él solito los escogió y también él se los firma y se los cumple.

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